lunes, junio 14

Noctàmbulo


Un encendedor cerrándose y abriéndose. Solo para volverse a repetir. Abriéndose para cerrarse. El sonido danza metálico y fatuo acompañando el crujir del vagón, una clave musical para sonámbulos viajantes.
Alguien escucha música con auriculares inalámbricos y se apoya en el marco de la ventana. Llora inmortalizando una romántica canción.
Una joven oprime sus anteojos leyendo un apunte, un libro o quizás un paquete de gomas saborizadas artificialmente.
Un tipejo de edad incierta cabecea al vacío, persignándose cruelmente ante la madrugada que astilla hasta las manos enguantadas.
Llega una estación, como una que vendrá y otra que había pasado, una entre tantas. Se abre la puerta pero fragmentada, contenida por una mecánica oxidada.
Alguien desciende.
Se desliza rápido, pareciera correr, un par de zapatillas con jean. Los asistentes, distraídos por cansancio o por civilizados, restan importancia a esos pasos que martillan acoplados a la música del encendedor. También sienten eso por la detonación y por el grito posterior.
Tan simple como un disparo en la noche.
La música continúa girando, la chica no pierde palabra y el encendedor insiste en abrirse para volver a cerrarse. O quizás se cierra solo para volver a abrirse.
Ellos miran las ventanas, enmarcando una búsqueda que no sabían estaban realizando.

La noche es únicamente para los vagabundos. Y para aquellos que pueden pasar a su lado, sin verlos.

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