martes, enero 26

Film

(1)
No pensé que nos íbamos a volver a cruzar. Salgo del subte y el sol me encandila, es la hora en que el cemento arde estancado.
Escucho una voz que exclama mi nombre. No reconozco al principio quién habla, son solo unos tobillos frente a mi. Me quema levantar la mirada, uso mi mano como visera y veo el rostro de esa chica que ya había olvidado.
Es que el tiempo todo lo destruye pienso. Pero como en tantas otras ocasiones, la vida me tapa la boca. Al verla entiendo que no somos iguales pero somos los mismos.
Ella sonríe de esa extraña manera imposible de cambiar y yo esbozo una sonrisa como usualmente lo hacia. Siento que actuamos un papel conocido por ambos.
Pocas veces me alegro de verdad. Esta es una de esas ocasiones. Si me hubiera visto en un espejo no me habría reconocido. Alguien podía llegar a confundirme con una persona feliz.
Subimos o bajamos pregunto.
Ella alza los hombros restándole importancia y saca su eterno paquete de cigarrillos.
Subimos entonces digo.
Y al subir esos pocos escalones, la posible cámara que filma detrás de mí, queda cegada por el sol que desciende desde el cielo.

(2)
Negro. Vacío. Se difumina y surge la imagen. Al principio desenfocada. Se ajusta gradualmente como un amanecer. Estoy sentado en un bar y ella esta frente a mi. Es un bar pequeño, de unas cinco o seis mesas. Ella fuma, con lo que se adivina un salto de ciertas normas.
En la entrada del lugar esta sentada una señora de pelo pajizo y marchito. Su rostro esta despintado y sus labios poseen un rojo desencajado. Fuma cruzada de piernas sobre un taburete mientras la luz azul neón se cuela desde la calle atravesando la ventana y la persiana americana. Se lee Lucy en un pequeño cartel luminoso encima de la barra. Se ven numerosas botellas de licor, las etiquetas no son precisas y no se divisa a nadie atendiendo .
A una mesa de distancia de la nuestra están reunidas unas pequeñas personas que juegan a las cartas. Es extraño pero no desencajan un ápice, son tres y fuman bastante.
La primera imagen es de la señora despintada, luego la cámara gravita a través del pasillo pasando por alto a los jugadores y se afirma delante de nosotros.
La conversación, ya comenzada hace bastante, termina con estas palabras:
Estoy cansada dice mientras se apoya en mi cerrando delicadamente los ojos.
Le acaricio el cabello y prometo un Ya nos vamos.
Oscuridad. Esta vez dura un instante más de lo habitual, alimentando la respiración ante un inminente final.

(3)
La imagen es precisa. La cámara toma la escena desde un ángulo terrestre. Se ven volar papeles y hojas de periódico en un callejón donde se presume esta ubicado el bar que acabamos de abandonar. Hay un container a la derecha contra una pared y unos tachos de basura gris opaco en la pared opuesta.
Caminamos con un muro de ladrillos delante de nosotros que sirve de fondo para la escena.
La cámara esta situada detrás y aguarda inmovil mientras nos alejamos abrazados bajo una luz mortecina, nebulosa a causa de la exhalación nocturna.
Ella se apoya en mi hombro como si apenas pudiera caminar, y sin mirarla, le pregunto
¿Nos vamos a volver ver?
La imagen se funde en negro mientras la pregunta queda sin respuesta.
Un telón de tinieblas cae sobre nosotros.

sábado, enero 23

Desescribiéndonos









De nada.
Porque
no fue nada
.

Ese vagabundo quería entregar igual esa lapicera. Era una Parker de acero sin tinta pintada al óleo. Corrí media cuadra mientras él se alejaba. A pesar de no querer ese bolígrafo.
Lo primero que dijo fue que necesitaba cinco pesos para poder ir al albergue municipal y pasar esa invernal noche. O algo por el estilo, quizás no fueron sus palabras exactas. Estoy seguro de que no fueron sus palabras exactas.
Solo dijo, me faltan cinco pesos para poder dormir. Sin invernal, sin albergue, sin ribetes y sin romanticismo. Cinco pesos por la Parker, cinco pesos por dormir.
Y ella ahí conmigo. En esa esquina de bar repleta de avenida venida a menos. Pensé que nos interrumpían. Ella dejó de tomar su Martini y yo de de atacar los maníes.
Estaba divirtiéndome y puede que ella también.
Aunque recuerdo mudos momentos. Quizás midiendo un golpe inolvidable. Intentando darnos la piña de una vida.
Fue entonces cuando surgió el vagabundo de barba crecida en rojo. Con su traje beige de tan raído. Sus maneras me hicieron imaginarle algún distinguido pasado. Altivo se presentó y así se retiró. Me agradó excesivamente. Creo que a ella también.
En cuanto se fue, ella confesó que deseaba la lapicera. Por eso corrí para traer esa granítica Parker.
Recuerdo aún la errante sonrisa en cuanto lo alcancé, entendió en un segundo. Me justifiqué pero él prescindió de explicaciones.
Cuando ella volvió del baño vio la Parker sin tinta sobre la mesa y sin comentarlo siquiera, siguió tomando su Martini. Ahí noté un reflejo en esos hermosos ojos tostados, algo que no consideré fuera por mí. Por eso ahora, revisando el ayer, sé que me equivoqué.
Fue algo.

jueves, enero 21

Otro apunte


El libro de Bech

La vida se mordía la cola. Bech alzó la vista y contempló las montañas, verdes en primer término y azules en el último. Y la grandeza del teatro en que la naturaleza representa su estúpido ciclo le volvió a impresionar de nuevo, y aceleró el doloroso desarrollo de aquel miedo que llevaba en su interior, tan agarrado a sus entrañas como se agarra el primer fruto de una esposa elástica y joven. Se sintió más y más desesperanzado. Jamás se liberaría del miedo. Oculto en un robledal sobre un declive, se arrojó Bech con sañuda decisión sobre la tierra húmeda, y rogó a Alguien, a Algo, que tuviera piedad de él. Bech acababa de crear a Dios. Y , ahora, el silencio del universo creado dio a Bech la milagrosa cualidad de la voluntaria reserva, de aquel divino tacto que le permitía rezar abyectamente en el suelo embarrado, sin conseguir otra contestación que los conocidos murmullos, el rumor de la invisible vegetación que, como una red, se hundía más y más en el mar del cielo; de la gradual conciencia de que la población de la tierra es infinita, que un invisible escarabajo levantaba un poco una hoja muerta, y que varias hormigas rojas, formando un grupo de exploración, probaban laboriosamente la calidad de un bocado recién encontrado. Entonces, el rojo pulgar de Bech descendió.
Y llegó el momento en que el ilustre autor se levantó del suelo, e intentó quitase el barro de los codos y rodillas. Ahora, además de miedo y vergüenza, sentía ira, ira contra el universo por haber extraído de su mente una oración.


John Updike

martes, enero 19

Acerca de un rostro

Es por lo menos curioso ver el mundo a través de una pantalla. Tanta televisión, cine o computadora regalan una verdad a medias, encerrada. Existe un fuera de cuadro incalculable, de historias pequeñas o descomunales, detalles que se pierden aunque intentemos seguir con la mirada más allá de ese centro de luz proyectada.
Pero no pensaba en eso especialmente.
Pensaba en las páginas que muestran imágenes de personas. En la que vemos hogares, un abrazo, un hijo o un patio que no existe. Un mundo ajeno que no nos pertenece.
Me recuerda a aquél magistral relato de Borges y Bioy bajo el seudónimo de Bustos Domecq en donde se confesaba que los partidos de fútbol ya no ocurrían realmente, que eran solo una puesta en escena para hacernos creer que sucedían ..
Algo así siento con esas imágenes pegadas al monitor. Me veo observando detalles como un triciclo de tal o cual color, un mate de acero o de madera, una pared derruida o recién pintada. Viendo mascotas , reuniones y tapizados extraños.
Trato de comprender como olerá ese lugar, que imagen dibujara la sombra del amanecer bajo la mesa o cuánto polvo descubriría si tomara un libro incrustado en la biblioteca familiar..
Pensamientos acerca de.
Pero no puedo. Es solo imaginar jugando con vidas ajenas, sonrisas posibles y felicidad escondida. Son figuras interrumpidas y apagadas. Reflejos. No logro adivinar el motivo de esas galletitas sobre la mesa, del porqué un pan con manteca pero sin dulce de leche.
Porqué unas sonrisas sin merengadas.
¿Que se esconde detrás de esos retratos congelados?
Cuál será la historia. Una vida que no es nuestra aunque la comentemos.
Uno se siente bienvenido a mundo donde los links están abiertos y la soledad, se mide en megas.

Final con foto

Tiendo a confundir a las personas. No sé cual sea la razón, veo un rostro y luego, cruzando a algún posible desconocido, dudo indefectiblemente si debo agitar la mano en señal de saludo.
Existe cierta similitud en demasiada gente. Por fortuna esto no sucede con todos los rostros, eso es claro.
Recuerdo una serie de rostros masculinos (y alguno femenino) de características tremendas, que acaso por humanidad, resultan irrepetibles.
Ante estas, hay personas que, vacías de piedad, exclaman arrogantes un qué caripela o refrendan su pensamiento con un determinante qué cara difícil.
No voy a desligarme de ese lugar ya que en más de una ocasión fui uno de esos jactanciosos. Pero quien esté libre de culpa, que disfrute de esa suerte.
En definitiva el tema a consideración es otro. Y es que no puedo evitar confundir a las personas.
Recuerdo que una vez correteando por el parque vi un rostro que intuí familiar, mi natural indecisión me hizo recular y no lanzarme cual kamikaze al descubrimiento quizás fatal de que aquella persona no era quien yo realmente creía y principalmente, a la confirmación de que yo era un idiota.
Aunque no puedo culpar solo a mí desquiciada mente por estos accidentales entreveros. Se deben considerar además a las modernas armas de confusión que están al alcance de la mano. Es que la proliferación de rostros pequeños y pixelados de ilustres desconocidos es perturbadora. Tantos agregados y agregadas, tantos links y amigas de amigos agigantan el desconcierto y certifican con claridad que no se puede conocer a tanta gente.
Una de los hechos más categóricos fue el siguiente.
Sucedió (como tantas otras significantes venturas) viajando con un alto grado de acumulación corporal en el medio de trasporte interurbano por excelencia .
Fue justo al comenzar el viaje que uno de esos rostros conocidos se apiño cerca de mi. Siempre atento, observé de reojo evitando todo posible diálogo.
Es conocida (por mi) mi tendencia a esquivar personas como deporte estacional. Y con ese mismo objetivo mi brazo fue impecablemente colocado del pasamanos de una manera tal que, cualquier cruce de miradas, determinante para un obligatorio saludo, sea imposible.
El viaje se sucedió sin grandes sobresaltos pero el manifiesto desinterés por parte de la señorita me resulto extraño. Ella era una de esas personas de saludo espontáneo, sociable por naturaleza.
Consideré en su comportamiento una ley natural del madrugador que prevé la alegre jornada laboral, el silencio es salud.
Al llegar al destino común dejé descender el brazo obstructor para acabar como por casualidad con mi teatro del absurdo.
Toqué su brazo suavemente y exclamé, rozando la simpatía, un hola.
Ella me observó indiferente. Seguidamente replicó con un desapasionado hola.
Yo redundé en el saludo pero esta vez lo acompañé de mi nombre. Mi intención era evitar aún más complicaciones de las ya concebidas.
Ella solo repitió un escueto hola.
Comprendí presuroso mi error. Otra vez había confundido un rostro, ella no era ella. Me alejé triste y avergonzado. Es qué, por una vez, no consideré posible equivocarme.
Ahora, con el transcurso del tiempo y la distancia, y habiendo confundido innumerables rostros, personas y nombres, sospecho algo aún peor. Algo más probable. Quizás ella era ella, quizás esos rostros que creía confundir eran los acertados.
Pero eran ellos los que elegían confundirme a mi.

lunes, enero 11

33º

Que sofoco, me hago humo, den la alarma. Este vaho hediondo es un jab a mi cordura.
No debería haber bajado esa copa anoche, estuvo de sobra, esa otra copa más.
Me voy corriendo para el fondo.
Yo me bajo acá.
Me deleito con letras muertas de un diario políticamente correcto, sin gajos , sin dobleces. Estoy hastiado de tanta meseta.
El horóscopo me dicta al oído un hoy será y río mordiéndome las muelas, infladas de calcio para ratones, agujereadas de masticar al viento.
Me degüella este verano de sobras y sombras. Tan repleto de rancias celebraciones.
Recuerdo algún Noél de negro jugando con una navaja sobre el tejado. Otro sueño extraviado.
A pesar de que esa navaja sirve, corta y hace rodar.
Soy viruta y esta tierra escupe fuego. Ansiosa de devorar en un bello segundo.

sábado, enero 9

Fire in the house

Me gusta mucho Arcade Fire. Quizás porque fue una banda inesperada. No creí que el sonido indie americano (aunque son canadienses) me pudiera atrapar de tal forma. Lo primero que escuché fue su segundo disco, y al igual de como usualmente leo el diario, había comenzado desde el final.
La banda se lanzó con un EP en el 2003 que permitió que en el año 2004 publicaran su primer album, Funeral . El jovial titulo se debe a que durante la grabación del disco murieron numerosos parientes de los integrantes de la banda. Is a long way to the top if you wanna rocknroll dirian los AC/DC. Que puede inspirar más a un artista que la dolorosa vida ¿no?
Crown of love me puede , hay que escuchar ese gran tema llamado Rebellion (lies) y definitivamente, todo el Neighborhood. Un gran disco que los congració con críticos y músicos de la talla de U2 y David Bowie. Tanto así que el mismísimo Duque Blanco dijo que fue el mejor disco del 2004.




¿Su sonido? Los de una banda de rock. Si le sumás violines, acordeones, cello, piano y anda a saber que más, eso son lo Fire. Su música tiene algo de hipnótica, religiosmante oscura e inquietante. Aunque a mi entender es también una música feliz, alegre en su orquestal libertad. Pero es cierto, es una alegría melancólica .En definitiva, creo que uno debe escuchar para dictar su opinión, y claro, no dejar de disfrutar en el camino.
Su segundo disco fue Neon Bible, inspirada (?) en el libro de igual nombre del gran John Kennedy Toole (autor de esa magistral novela llamada La conjura de los Necios) y debo reconocer que esa posible vinculación me gustó demasiado. Este disco salió en el año 2007.
Los temas Keep the Car Running y No Cars Go te atrapan instantanemente, aunque mi canción preferida es sin lugar a dudas My body is a Cage, la ultima del disco. La mejor forma de terminar un discazo.




Los que me conocen saben de mi tenáz lucha contra la pirateria, aún asi, y en contra de algunos de mis principios, en los títulos de los discos están los links de descarga.

Set my spirit free.


miércoles, enero 6

Viejos días de Vodka


Compré una botella chica de cerveza, me senté en un banco en medio del claro y me sentí muy viejo. La escena que acababa de presenciar evocó en mi muchos recuerdos, no de cosas que yo había hecho sino de cosas que no hice, de horas malgastadas y momentos frustrados y oportunidades perdidas para siempre porque el tiempo había comido tanto de mi vida y yo jamás la recuperaría.

Días de Ron - Hunter S. Thompson

lunes, enero 4

Shallow grave


a rip for my enemy,

even when is so close

to sound like me


viernes, enero 1

Godet

Te esperé esta madrugada. Era una esquina marca cañón. Los bondis se apeaban sin pedir permiso, inexcusablemente roñosos. El sol ya salía. Pero faltaba. Por suerte siempre falta para la seule pute.
Por eso me empecé a manijear. A repetir esta perra me clavó, me mintió en la cara la descarada.
Me resuena en la cabeza el último disco de Wilco pero en realidad pienso en que tremenda banda son los Sonics.
Que un whisky es de hombres, los one liners siempre garpan y que el sombrero no debería haber desaparecido. Vivo desfasado. Que salame.
Y eso que tengo 30 años. Todo está muerto o hace como si.
Los recuerdo y canturreo como un bofe con patas, hamacándome frente a borrachines que escupen el suelo porque están atragantados de alcohol.
Me apoyo sin querer en el brazo de un desconocido y me disculpo con un gesto amarrete. Esta esquina ya esta atiborrada de canillitas, vendedores de flores y frula, de borrachines y perros alzados.
Porque elegiste esta esquina. Que turra . Sabés que me iba a sentir incómodo, me salta la térmica y me dan ganas de prenderme un faso. Pero todos me van manguear y me voy a quedar sin. Que bronca me das. Lo hiciste a propósito.
Como cuando me decís deja de fumar y te prendés uno en el mismo instante. Te va a hacer bien repetís. Y me haces mal. Concha de la lora, me encanta. No que me hagas mal, sino que me lo hagas vos.
¿Porque sos tan mina? Sos un despelote y yo un pelotudo. Me divierte todavía pensar en el idilio de las magdalenas rellenas de frutilla. Tu ausencia me lo recuerda.
Solo a mi me gustan. Claro, hasta que te conocí. Eso conquista a cualquiera. Como dicen el amor esta hecho de pequeños detalles.
¿O era la vida? Da lo mismo. Casi siempre da lo mismo.
A excepción de ahora que te veo bajar del bondi. Venís fumando tu cigarrillo, ya no es lo mismo. Porque sonrío y sé que no te voy a decir me dejaste dos horas esperando.
Pude haberme ido. Pero elegí no hacerlo. Decisiones lo que se dice.
Que hija de puta, si a casi nadie le gustan las de frutilla.

Conversaciones con una Iguana

Me senté en el sillón negro, de un cuero límpido y grasiento. En realidad era brilloso y pulcro, pero a mi me resultaba grasiento.
El gris de las paredes acompañaba el sepulcral silencio. El envilecimiento burocrático lo revestía todo.
Yo estaba sentado en una de esas pequeñas sillas (regularmente cómodas) de una de las dependencias impositivas de la administración de ingresos públicos de la nación, normalmente conocidas por el vulgo como AFIP.
Tenia el numero 14 D y la fila no presentaba intención de avanzar, tan aburrido estaba que comencé a observar.
Me detuve ante mi compañero de asiento. Un tanto más alta (y más profundamente verde) se erguía a mi lado una iguana vestida con elegancia. Se distinguía de su rostro un pequeño bigote más usual en otras épocas restrictivas de la historia de nuestro querido país.
Solo cargaba con un maletín negro que quise suponer no era de cuero real, habría sido una triste ironía.
Se veía tan aburrido como yo dormitando sobre su verde papada.
-¿Que número tiene?– pregunté un tanto formal. Siempre fui cauto cuando de reptiles se trataba.
-8 C–dijo un tanto siseante, aunque quizás fue solo la impresión. Nunca pude diferenciar entre mi percepción y la realidad.
-Yo tengo el 14 D– y mostré mi número como si fuera un niño enseñando su regalo de cumpleaños.
-Espero hace 1 hora y me parece que tengo para algunas horas más– explicó y se rascó la cabeza seguidamente.
Era increíble, uno pensaría que las iguanas estaban exentas de pagar los impuestos. El gobierno no se compadecía ni de los reptiles. Una verdadera locura.
-Son terribles los trámites administrativos, tan aburridos.... encima el único empleado que atiende es tuerto– dije señalando al cíclope que atendía nuestro mostrador.
-Es cierto. Pero esto es mejor que el segundo piso– aseguró. Luego sacó su fina lengua para intentar atrapar una mosca.
-Nunca fui , creí que solo era un mito, se comenta que son terribles los empleados del segundo piso…- dije mientras se esfumaba mi voz por el temor. La sola idea de acercarme a ese sitio me abrumaba.
-Yo fui– proclamó orgulloso para luego mirarme con sus amarillos y refulgentes ojos.
-¡No!– dije incrédulo –¿y como volviste?– me pareció un buen momento para dejar la formalidad de lado, aún en el caso de un reptil.
-Así, verde como me ves. Yo era un albatros. En el segundo piso, si tenés suerte salís así, sino ni salís– y seguidamente abrió su maletín para buscar algo.
-¿Que hay en el segundo piso?– pregunté extasiado ante la supervivencia del verde sujeto.
-Sirenas– dijo.
-¿Sirenas?– pregunté atónito –¿son lindas al menos?
-La verdad es que no, son bastante feas, son pez de la cintura para arriba– comentó entristecido.
-La peor clase de sirena– afirmé con nostalgia de novelescas sirenas.
-A mi me atendió un besugo. Creo haber visto un róbalo a lo lejos pero no aseguro nada, podía ser un salmón, nunca fue mi fuerte la fauna marina– argumentó la voluminosa iguana.
-¿Pero no eras un albatros?- pregunté sin fijarme en el efecto que podía causar esa pregunta.
-Lo que sucede es que mi mujer compra en pescadería, a los pescados recién los veo en el plato –comentó con la melancolía de quien ya no ve el mar.
-Claro–dije asintiendo– con lo caro que esta el pescado debes vivir a merluza.
-Que se le va a hacer, hay que adaptarse....- suspiró y entornó los ojos.
Luego de revolver su valija sacó un papel para enseñarmelo. Era el formulario 3333/3.
-¿Ves este papel? Es el formulario que traje de arriba, es la única forma de detener un juicio por causas equivocadas, o sea, si te inician un juicio sin razón, tampoco hay razón para detenerlo– concluyó con fría lógica.
-¿Puedo tocarlo?– pregunté mientras acercaba mi mano al rugoso papel.
Un tanto receloso alejó la hoja de mi alcance pero accedió satisfecho luego de atrapar una mosca que giraba encima de mi cabeza.
Era una hoja amarilla, consumida por el sol, tenía numerosas marcas de café y la información escasamente se podía distinguir. Una verdadera reliquia.
-La hoja esta bastante deteriorada– dije intentando no ser tan puntilloso.
-Es cierto–y me la arrebató de las manos- lo que sucede es que este es el primer formulario 3333/3 que entregan. Es lógico que este arruinado.
- ¡El primero! – comenté con asombro – Usted es muy afortunado – dije recuperando la formalidad. Noté que empezaba a tener apetito, quizás la mosca era solo un aperitivo.
-La suerte es lo de menos, para combatir a las sirenas hace falta carácter, sus explicaciones son hipnóticas, comienzan a parlotear de manera cadenciosa y recargada …y ya no hay forma de abandonarlas…..- sentenció solemne antes de tragarse una segunda mosca.
-Perdón la indiscreción pero ....¿como pudiste escapar?– ya sus largas uñas rasgaban el sillón y me crispaban los nervios.
Guardó silencio unos instantes antes de mirarme . Su lengua (ansiosa de otro insecto) no detenía su movimiento pendular. Esperé lo peor. Fue entonces cuando se aproximó a mi oído para decir: Fui en la hora del almuerzo
-¡Ahhh!– exclamé ante la genial simpleza.
-Pero como ves, todo tiene un precio, me llevé el formulario pero me quedé verde– dijo resignado ante su parcial victoria.
-Así funciona el sistema, no se puede ganar– pronuncié indignado.
Una voz titánica cruzó el opaco lugar y resonó con un ¡8 C!
-Mi turno– dijo la iguana y se fue reptando hacia el mostrador en una triste manera de ensuciar un bonito traje.

De Blancos y Tintos

Que aburrimiento pensó mientras estaba recostado sobre la mesa.
Una mano lo condujo sobre una botella de vino tinto y lo clavó, hundiéndolo con pequeños giros, despacito.
El sonido de la botella destapándose (ese pop) fue desolador.
Volvió a la mesa y pensó otra vez

Que aburrimiento.

Veía como los vasos se llenaban, la botella iba y venia y él ahí, recostado junto a un repasador, observando quietamente.

¿Que sentido tiene? Se preguntó.

Otra mano, esta vez femenina, lo elevó (apretándolo tiernamente) para luego sacudirlo de un lado a otro en un hipnótico vaivén. Vio acercarse los cajones e intuyó que llegaba la hora de regresar a la oscuridad.
Escuchó el cajón abriéndose antes de que la gentil mano lo depositara entre otros utensilios, luego, inevitablemente, el cielo se volvió negro sobre su cabeza. Le hubiera gustado suspirar.
Oyó los murmullos de las personas y deseó que hablaran de él, de cómo había colaborado, de que sin él no habría vino, ni reunión, ni felicidad.
Cuando las voces se apagaron supo que ya era tarde, la fiesta había terminado. Estaba seguro de que atravesaría una temporada antes de que volvieran a sacarlo de allí, en la casa no eran asiduos bebedores.
Anhelaba que fuera pronto.

Que sentido tenía él sino, ¿no?