jueves, marzo 25

DeLorean

si alguien encuentra mi corazón remitirlo a...
Leo en la pared de enfrente.
Un frío húmedo me empaqueta en la esquina. Ese frío negro y estéril, silente como el vidrio.
Un acero que superpone los nombres de calles se ofrece como columna vertebral y la utilizo para mi comodidad. En ese lugar resalto como una mosca en la ventana. Arruino el paisaje.
La madrugada ciudadana es de otros, los obviados. Y esta noche es para viajantes nocturnos.
Me roba el sueño esta cabeza conspiradora, esta cabeza ensañada en mirar nubes. Extraño las estrellas, fugitivas de tanta la iluminación urbana.
Pero igual aguanto ahí, colgando de una esquina, fumando entre cigarro y cigarro.
Frena el auto y me hacen el gesto habitual, la banda esta completa, vamos hacia algún lugar.
Me siento adelante y el auto acelera esperando infringir algo, viajar en el tiempo. Nada sucede, solo tomamos y giramos. Frenamos en un bar, jugamos un rato, hablamos, observamos. Sin entender esta noche, o aquella noche, o esa noche.
Son todas iguales, juguetes despintados.
El amanecer nos redescubre apagados, sonriendo por una gilada, creyendo, esperando, confiando en algún después

viernes, marzo 19

Del Viento y la Ciudad

¿Los bolsos están preparados?, preguntó Daniel a su padre, la madre de Daniel contestó adelantándose a su marido, esta todo listo.
Se escuchó el cierre del bolso, era negro con algunas franjas verdes.
Subieron al Peugeot marrón y partieron, el auto pateaba ocasionalmente, solo se detuvieron para ir al baño antes de encarar la ruta hacia la costa.
El viaje fue rápido, manejaba el padre, Daniel solo se ocupaba de observar el llano paisaje y de cebar unos ocasionales mates, también se dedico a leer unos cuentos de Kawabata, era un libro de tapa azul con una geisha dibujada.
Cuando llegaron a la ciudad costera preguntaron en una estación de servicio que calle era tal y que calle era cual. No les costó encontrar el lugar que habían reservado.
El auto respondió bien en la arena de las angostas calles, la temporada veraniega estaba terminando, aun así, era un clima agradable y placentero.
El hotel era rústico, tenía un pileta en el fondo a la sombra de unos pinos, la madre de Daniel se alegro de que tuvieran hamacas paraguayas para poder descansar a la tarde.
Daniel ayudó a su padre a descargar los bolsos mientras la madre hacia los arreglos correspondientes por la pequeña cabaña.
El aire era suave, el cielo diáfano y un rumor habitaba en los pinos.
Todo ok, dijo la madre de Daniel al entrar en la cabaña, la pieza era para los padres y él dormiría en el sillón. Aunque Daniel ya era grande no le molestaba dormir apretado en el sofá, además tenía la televisión para distraerse en caso de no poder dormir, algo habitual en él.
Los padres de Daniel se fueron a recostar y él se lanzó a recorrer algunas calles, vuelvo a la tarde, dijo y cerró la puerta. Los padres no contestaron , ya debían estar durmiendo.
Deambuló por muchas calles, subió a una duna y se quedo mirando a una pareja jugando al voley, cuando se aburrió se recostó en la arena, el viento era tenue y el sol apenas resquebrajaba las nubes. No hacía calor, más bien era un día fresco.
Por la tarde volvió a la cabaña y merendó con sus padres, charlaron un rato y después fueron a la pileta de agua climatizada. Daniel prefirió quedarse leyendo un libro en la cabaña.
A la noche salieron a cenar a una parrilla, antes de eso recorrieron la peatonal y compraron algunos recuerdos, entre ellos la estatua de un pirata , con parche y loro incluido.A Daniel no le pareció un lindo presente. Pero su padre declaró tal fascinación por la figura que fue imposible disuadirlo de no comprarla. Daniel se compró un libro en una tienda de usados y una remera negra con un simpático dibujo.
La madre solo compró un cenicero con el nombre de la ciudad.
La cena en la parrilla fue deliciosa y hablaron mucho tiempo, duró una par de horas la sobremesa, pidieron café y el padre de Daniel también pidió un whisky.
Cuando volvieron a la calle la noche se había vuelto aún más fresca, las calles todavía derramaban gente y vida, los padres de Daniel prefirieron ir a dormir, él se fue a un bar a tomar algo. Se prendió a un pool con un desconocido y salió en tablas, dos por bando. Después se quedó hablando con la mesera que resultó estar de paso hacía Bariloche, era simpática y tenía veinticinco años, solo un par de años menor que él. Quedaron en verse al otro día en la playa.
El camino de regreso lo hizo por la playa , se oía la convulsión del mar a unas pocos metros y el viento arreciaba. Las sacudidas de los arbustos lindantes a la costa, la arena agitada y el cielo encapotado anunciaban una borrasca de verano.
Al llegar a la cabaña Daniel se fue a acostar sin siquiera encender la televisión , el sillón era cómodo y se durmió enseguida.
El siguiente día amaneció fresco, se sorprendió al verse en la cama de dos plazas.
A su derecha no había nadie, escuchó un ruido de tazas en la cocina y salió del cuarto, vio entonces a su esposa calentando el café.
Te dormiste todo, dijo la mujer de Daniel. Hoy no vamos a poder meternos al mar, hace mucho frío.
Llovió toda la noche.

domingo, marzo 7

Página 326

Ahora me doy cuenta de que el verdadero encanto de la vida intelectual es su facilidad. Es la sustitución de las complejidades de la realidad por simples esquemas intelectuales, o de los desconcertantes movimientos de la vida por la muerte formal y tranquila. Es incomparablemente más fácil saber muchas cosas, por ejemplo, acerca de la historia del arte y tener ideas profundas acerca de la metafísica y de la sociología, que saber intuitiva y personalmente algo acerca de nuestros semejantes, y llevar relaciones satisfactorias con nuestros amigos y nuestras amantes, nuestra mujer y nuestros hijos. Vivir es mucho más difícil que el sánscrito, la química o la economía política. La vida intelectual es un juego de niños; lo cual explica el que los intelectuales tiendan a convertirse en niños, y luego en imbéciles, y finalmente, como claramente demuestra la historia política e industrial de los últimos siglos, en lunáticos homicidas y bestias salvajes. Las funciones reprimidas no mueren; se deterioran, degeneran, retrogradan al estado primitivo. Pero, entretanto, es mucho más fácil ser un niño intelectual, o un lunático, o una bestia, que un hombre adulto y armonioso. He aquí por qué, entre otras razones, existe tanta demanda de educación superior. Las gentes se abalanzan hacia los libros y las universidades como hacía los cafés. Quieren ahogar su conciencia de las dificultades que presenta vivir adecuadamente en este grotesco mundo contemporáneo; quieren olvidar su deplorable insuficiencia en el arte de la vida. Algunos ahogan sus penas en alcohol, mientras que otros, todavía más numerosos, los ahogan en los libros y en el diletantismo artístico; algunos tratan de olvidarse a sí mismos por medio de la fornicación, el baile, el cinematógrafo, la telefonía; otros, por medio de conferencias y ocupaciones científicas. Los libros y las conferencias son mejores para ahogar las penas que la bebida y la fornicación: no dejan dolor de cabeza, ni aquella desesperante sensación del post coitum triste.

Contrapunto - Aldous Huxley