lunes, noviembre 29

El día más frío del año

El sol siempre está oculto,
detrás de cielos muertos.
Sangre entre fantasmas.

Un diablo, sonriente y eufórico,
persigue alguna desolación
algunos besos rotos.
Transita como las madrugadas.

Creo que los años se leen entre líneas

agotado de palabras,
asfixiado en argumentos,
en serviles explicaciones.

Buscando con los ojos cerrados,
una paz muerta.

Deseo algún chupete de fuego
que descanse abrazado junto a mi
que me entregue a otro infierno
para poder alejarme asustado.

Pink

Bajé del tren y comencé a caminar para culminar el regreso a casa.
El día había sido agotador, solo otra maldita jornada de oficina.
Cuando llegué saludé a mi pequeña hermana y a mi padre. A él le hice un intrascendente comentario, no mucho más, estaba exhausto y me fui a dormir.
Cuando desperté escuché un extraño rumor, un tumulto ahogado.
Salí de mi cuarto, seguí por el pasillo (ese fotográfico túnel del tiempo) y llegué a la cocina. Confundido, vi una marea animal y peluda. Parecían conejos.
Al mirar detenidamente confirmé lo que mis ojos no deseaban admitir, eran conejos. Rabiosos y hambrientos arremetían desenfrenados contra una masa informe de carne.
Se desfiguraba su blanco en rosado por tanta sangre derramada.
Corrí para encerrarme en mi habitación, ese ultimo refugio.
Se oían olfatear por debajo de la puerta, golpeteaban serenos, esperando el momento adecuado, saboreando con tranquilidad su carnicería.
La casa estaba invadida, y lo supe enseguida, esa montaña de carne de la cocina eran los restos de mi hermana y mi padre.
Me acerqué a la cama y la empujé para bloquear la puerta, la trabé mientras se oía como comenzaban a roer la madera.
El sudor me agobiaba, podía sentir las gotas descendiendo, agolpándose en mi espalda y en mi frente. Me sequé con una sabana.
Luego, aún confuso, amontoné un par de muebles más contra la puerta.
Fui hacía la ventana y observé, el paisaje era desolador. La ciudad moría bajo una sangrienta furia. Solo restos, cuerpos devastados, montañas de carroña.
Un pájaro acometió contra la ventana inmolándose, buscaba mi carne.
Pude oír como comenzaba a resquebrajarse el vidrio con el impacto de un segundo pájaro.
Me senté y comencé a llorar, era el fin.

miércoles, noviembre 3

Jardinería

El pasto estaba elevado. Fastuoso, verde y devorador.

Mis pies se hundían cerca de la tierra pero no podían alcanzarla.

Enfilé al galpón para sacar la máquina de cortar pasto, de paso también tomé el rastrillo. A este último lo dejé junto a un limonero que entregaba oscuridad. El sol irradiaba aún oculto entre nubes.

El césped no ofreció oposición, se quebró sin suplicar. Al terminar no pude evitar sonreír.

Ya hace un tiempo no visitaba la casa de mis padres. Era un lugar abandonado, un tanto como yo, otro poco como fueron ellos.

Tomé una bolsa de residuos inmensa y negra para inundarla de verde.

Casi repleta la arrastré a la vereda y la cerré haciendo un nudo en la parte superior.

El dulce aroma del césped permaneció por un tiempo en mis manos.