miércoles, abril 28

Ponderando el Minuto

El joven (así llamado por personas mayores) pulso el botón del elevador. Una puerta enrejada lo separaba de un vacío de cinco pisos.
El en ocasiones llamado joven se apoyó en la pared y esperó el ascensor. No se advertía ningún detalle que revelara la venida del mismo, pero él, encambronado en no usar las escaleras, siguió aguardando.
Solo pasaron unos segundos para que se fastidiara. Era un joven de esos que no lo son tanto pero aún así pierden los estribos desbocándose por la caída de alguna minúscula moneda en una rendija o por quedarse sin caramelos de menta en medio de una cita. Algo inestable se podía decir.
Continuó su espera por unos segundos, luego otros, y así durante cuarenta y cinco segundos.
Es difícil opinar acerca del enojo que expresaba su rostro, de sus patadas(de derecha e izquierda, jugador completo y de toda la cancha) hacia la pared o siquiera de los impropios improperios lanzados a toda la familia del elevador. Por fortuna, el ascensor no poseía ninguna, un hecho que no hace falta explicar.
Quizás un padre industrial, una matriz de fabrica como mayor parentesco, pero no mucho más.
Aunque si uno se pone a discutir acerca del origen de un ascensor debería desmenuzar cada uno de los elementos que lo habita, tanto del acero como la madera, el vidrio(en el caso particular que tenga) y las lámparas, la alfombra en algunos sensuales casos, pocos sensuales casos pero no por ello debería excluirse de esta descripción innecesaria pero inevitable.
Porque si uno piensa en un ascensor piensa en la comodidad, y si acaso esa comodidad no es negada por algún caso particular como este, es lógico una furibunda indignación hacia este mundo de bienestares cuyo objetivo final es la sencilla y placida regularidad, pero que luego, porque si, se nos es sesgada. Indignante , frustrante y antiamericano. Antisudamericano en este caso.
Volviendo al parentesco del ascensor, si acaso estuviera conformado en madera (no totalmente, eso seria una locura digna de un castor o un carpintero) podría uno hablar de una familia del ascensor. O quizás una familia de esa parte del ascensor. Porque se puede argumentar que la naturaleza conforma familias con sus árboles, o sea, ese árbol (que posteriormente cortado, procesado, vuelto a procesar y culminado en un triste enchapado de pared de ascensor) vino de una semilla, esa semilla vino de un árbol, que podría ser papá o mamá. O puede que esto sea hilar demasiado fino en un caso particular que es más que grosero.
Pero considerando la posibilidad de que existiera una familiaridad arbórea los agravios lanzados por el llamado joven (por su diarero, la señora del 3 C y por un señor muy venido a menos que le preguntó la hora ) serían pertinentes y el ascensor podría sentirse profundamente insultado. Entonces la demora se justificaría claramente.
Por fortuna el ascensor al segundo cincuenta y tres llegó al quinto piso y acabó con esa vileza de esperar. Porque es claro que, con tanto tiempo libre, uno podría cometer la locura de cuestionar hasta la mismísima existencia de Jesús, o de la internet.

martes, abril 27

Luces de la Ciudad














Subió al colectivo y sintió la mirada escrutadora del conductor. Pidió la tarifa mínima y se deslizó hacia el fondo.
Se acomodó el sombrero y ajusto la gabardina, comprobó los cigarrillos en su bolsillo y resistió las ganas de fumar.
Se contentó con observar las calles bajo la lluvia, Buenos Aires esta muerta pensó.
El viaje fue rápido, al bajar en su destino miró a los lados antes de sacar un cigarrillo, lloviznaba en ese momento. Asquerosa ciudad, nos une el espanto se repitió mientras la flama se acercaba a su rostro.
Se apeó en un bar, eligió una mesa cerca de la salida y espero largo rato, solo se tomó un par de tragos, no quería perder la lucidez.
Tuvo que esperar un par de horas antes de que ella entrara al lugar, ya era de madrugada.
Ella, ajustada en un vestido, con tacos y sombrero, se sentó junto a él antes de llamar al mozo.
-¿Qué estás tomando?
-Lo de siempre
-Entonces yo quiero otra cosa
– dijo y sonrió. Ella sonreía, era su truco, fingir felicidad. La mía y la de ella. La nuestra hubiera dicho ella.
Ella le pidió fuego con un gesto, él, como usualmente lo hacia, sacó un cigarrillo y lo encendió en su boca, luego, se lo entregó.
-¿Ya esta todo listo?
-Claro
– respondió ella, él vio la marca de sus labios en el cigarrillo que se extinguía, el humo se escapaba de sus labios. La odiaba. Y ella también se odiaba. Por eso escapaba con él, un estúpido empleado de su esposo. Un hombre sin vida, solo una valija y un paquete de cigarrillos.
Esa noche los aguardaba un viaje al interior, desaparecer unos meses en algún pueblo y luego cuando se enfriaran las cosas, salir del país.
A él todavía le ardía la nuca. Nunca había robado, aún menos había asesinado, pero uno desconoce demasiado de si, él lo había descubierto esa noche. Todo por ese par de piernas, en realidad, eso deseaba creer, que fue por ella.
Hizo un gesto al camarero y dejó el dinero sobre la mesa, ella encendió otro cigarrillo con el que se agotaba en sus dedos. Detestaba que hiciera eso.
No hay nada como buscar el amor en donde no existe, y no hay nadie más trágico que aquel que no puede verlo.
El destino es prescindible pensó antes de salir a la lluvia que ahora arreciaba.
En la calle la ciudad se extinguía, arrojó su cigarrillo al suelo he hizo un gesto para llamar un taxi, ella lo detuvo y lo beso en la boca. Fue maravilloso. La lluvia, su boca, el dinero en la valija.
Subieron al taxi y partieron hacia la terminal. Ella se durmió en su hombro y él no pudo dejar de contemplarla, resplandecía ante las luces de la ciudad .