sábado, febrero 20

Viernes al sol

(Nuca) Esa nuca me pertenece pensé. La vi a la distancia caminando por la vereda y no me pude contener. Corrí desquiciado y la sacudí.
No vi nunca su rostro, se que tropezó y cayó en el pavimento.
Se desplomó como una fruta podrida, ni un sonido exhaló al rebotar en el suelo.
Me resultó ridícula su silenciosa caída.
Luego, seguí caminando.

(Espejos) Me cruzo con un escaparate que me descubre virulento. Me detengo para que me rinda cuentas pero se hace el sonso y permanece estático. Alguien pasa por detrás de mí y se refleja. Aquél transeúnte no le presta atención, no advierte como ríe esa asquerosa vidriera.
Prometo dejarlo pasar pero hace este otro gesto, uno sarcástico.
Estrello mi puño contra el vidrio y se parte en dos, cae como una guillotina en la vereda, implosiona como una ola.
Justo en ese instante veo al colectivo doblar en la esquina, eso me obliga a correr hasta la parada. No me agrada llegar tarde a la oficina.

(Vistas) Esta tormenta infernal no debe cesar. Este frío es tan enfermo y fuera de temporada que implica justicia. Es enero, el agua cruza el cielo y el granizo inunda las veredas buscando rostros.
Es una tempestad en verano. No lo creí posible al despertar pero me equivoqué.Se augura un furor impenetrable en los truenos y relámpagos, un sonido infinito y demoledor golpea al cielo. Espero que nunca acabe.
Me hace feliz la venganza celestial, es como oír a una divinidad bajándose los pantalones. Ahora la furia castiga la ciudad. La observo desde la ventana de mi oficina cubierta de alfombra y música funcional. Esta oficina es otra entre tantas de una ciudad inundada de fotocopiadoras y teclados color negro.
Es un verano encantador.
Alguien llama a mis espaldas y sé que es ella, vuelvo a mi trabajo esperando que la lluvia y el viento nos arrasen.
Aguardo por una tumba blanca, repleta de dioses muertos.

(Monedas) Me oculto bajo un toldo plástico, rojo y goteante mientras espero que deje de llover.
Un tipo se acerca y me pregunta si tengo monedas para el colectivo. Lo miro confundido, él repite si le puedo dar monedas.
Le lanzo un golpe en la nariz y se derrumba como un monigote. Lo pateo sin cesar hasta agotar mis fuerzas. Siento mojada la frente y pienso que es sudor aunque quizás sea un poco de lluvia.
El tipo solloza y escupe sangre, sus gemidos se confunden con la tormenta que sigue asfixiando a la ciudad.
El golpeteo de la lluvia en el toldo resulta una música embriagadora.

(Pool) Esa milagrosa ocho que responde al juego esta arrinconada. Esa negra linda está a punto de caer, solo hace falta un pequeño empujón, debo acertarle. Esa es mi tarea.
Me acomodo y tomo el taco con soltura, mis manos están cubiertas de sudor y las limpio en la remera. Apuntar, acertar, victoria.
Me detengo cuando voy a ejecutar el tiro, mi amigo me alcanza un vaso de cerveza y lo saboreo sin prisa. No dejo de observar la mesa y a esa última bola.
Termino mi trago y no vuelvo a tomar el taco. Solo me despido de mi amigo, me voy del bar.
Ese tiro final me aguarda en casa.

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